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La Bruja

  • Foto del escritor: Shaira De Avila
    Shaira De Avila
  • 19 mar 2021
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 5 abr 2021

Aproximadamente a las 11 de la noche empezó con su algarabía. Crisanta, una viejita que vivía en la cuadra que todos en el barrio llaman "la penumbra", porque como deben imaginarse, ahí se vende todo aquello que no es legal, empezó a gritar como una desquiciada: ¡Una bruja! ¡Hay una bruja en ese palo! ¡Cuidao, cuidao que ahí está! Con tanta alevosía que cualquiera que la escucha ni se imagina que es una flaquita desgarbada con más ganas de dormir que de vivir. Y claro, como en el barrio no nos gusta el chisme, salimos toditos sin pensarlo a ver el show que apenas empezaba a proyectarse. Mi mamá cuando se dio cuenta dijo que "cuando una bruja aparecía así, es porque había una preñada en el barrio", y bueno yo no es que crea en esas cosas, pero por si las moscas me persigné. Entre más gritaba Crisanta, más personas asomaban su cabeza hacia el palito de almendra que estaba en la oscuridad en medio del arroyo donde Crisanta señalaba. Ella juraba y desvivía que ahí arriba había una bruja, que la vio cuando iba pasando por el puentecito de concreto que tanto le costó al barrio reunir para hacer. Aureliano, un amigo de ella, se acercó hasta donde nadie se atrevía para corroborar las palabras de la anciana. Al principio se le notaba dudoso, entrecerraba sus ojos en busca de claridad visual. Luego asintió y dijo "Sí, es verdad, ahí hay algo" y todo el mundo se empezó a acercar más. Nadie comió de covid, distanciamiento social ni tapabocas. Toditos apiñados buscando a la dichosa bruja. Y cada vez eran más los que afirmaban que ahí estaba. De un momento a otro Crisanta empezó a reprender, con los ojos cerrados puso su mano abierta hacia el palito de almendra con tanto ímpetu que hasta yo temblé. Decía que el poder de Dios era más grande que ese animal del demonio que quien sabe que buscaba en el barrio. Y yo sinceramente esperaba que no buscara preñar a nadie porque no estaba pa' esas. Luego, Crisanta agarró una rama del palo de la vecina más peleonera del barrio, todos contuvimos el aire esperando que la señora le dijera algo, pero nada, estaba tan pendiente al chisme que no hizo caso. Crisanta lo que hizo con la rama fue tirarla hacia donde estaba la bruja. Todo el mundo empezó a correr más azaraos que cucaracha en baile de champeta, pero al ver que no pasó nada se juntaron de nuevo. Cosa que no les duró mucho porque al ratico llegaron los tombos, que en tiempos de covid 19 estaban más cansones que vender leche con la vaca al hombro. Preguntaron que pasaba y Aureliano les explicó, mientras Crisanta de fondo seguía gritándole a lo que sea que veía entre la oscuridad. La propia escena tercermundista. Y como los tombos no son ni chismosos ni cambamberos, se quedaron a ver el espectáculo. Pero alguien entre la gente, que parecía tener un poco de conciencia, propuso que los tombos prendieran el foco de la moto y alumbraran hacia donde apuntaba Crisanta. Dicho y hecho, ahí no había nada más que ramas y una que otra sombra. Pero la viejita no comía de cuentos, ella seguía insistiendo. Y como era de esperarse, la gente al ver con la luz de la patrulla que se trataba de un invento de Crisanta, se fueron por donde vinieron. Y cuando se quedó sola, no le quedó más nada que irse. Todo el mundo se calmó y se fue a dormir. Pero la verdad es que yo aún tenía mis dudas, ¿Qué tal y esa animaleja si estaba ahí y se fue cuando sintió a los tombos? ¿Qué tal y a la que quería preñar la bruja era a mí? Yo no me podía dar el lujo de dejar el cuento sin resolver, pero todas las dudas se fueron cuando salí a la terraza a eso de las 2 de la mañana, miré hacia la esquina y vi a Crisanta con unas pepas en las manos y una botella de cocoanís al lado. ¡Vieja tremenda, yo aquí asustada y ella muy tranquila en quien sabe que viaje! La verdad es que ahí la única bruja era mi mamá, porque a los dos meses aparecí yo preñá.

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